jueves, 8 de mayo de 2008

Un Espectáculo Improvisado

Es una tarde relajada, corre un viento que acaricie los árboles de la Plaza de Armas de Piura. Es un aire que inspira a los de la tercera edad a mover sus mandíbulas pronunciando los recuerdos que dejaron huellas en sus vidas, historias que son como sedantes para soportar el peso del presente: sus edades. ¡Qué poco nos falta para verle la cara a San Pedro! Se lee en sus ojos nostálgicos.

Por su parte, los turistas toman fotos de unos árboles para ellos raros, pero que nosotros conocemos bien: los matacojudos. Nunca supe a quién le cayó o a quién mató su fruto parecido a un balón de rugby más macizo y por supuesto, más pesado, mucho más pesado. De lo que estoy seguro, es que el árbol toma el nombre de sus pequeños frutos, unos mastodontes cuyo impacto es capaz de dejar inconciente o matar a algún desprevenido transeúnte. Los que los plantaron en la Plaza de Armas debieron haber estado locos, ¿cómo se les ocurrió plantar tales asesinos en potencia en un lugar tan concurrido? ¡De verdad que estuvieron locos! Felizmente que estoy sentado debajo de un algarrobo… al menos las algarrobas no te matan si te caen en la cabeza, mas bien son útiles porque puedes recoger una, pelarla y chuparla, eso deja un sabor agradable en el paladar. Pero, si decides hacerlo, debe ser caleta porque los palomillas y los chismosos pueden soltar comentarios estúpidos como No tiene que comer en su casa o parece chivo comiendo algarrobas.

Los lustrabotas más pequeños juegan a las canicas, mientras los jovencitos y mayores van de banca en banca ofreciendo sus servicios, inventando polvo donde no hay: Seños, le hecho gamuza a sus zapatos de paso que les doy una limpiadita. ¡50 centimitos y se lo hago! ¿50 centimitos? Ya me conozco el cuento de los centimitos: Primero ofrecen el precio y después, mientras te limpian los zapatos, te van echando sustancias que supuestamente el precio debería cubrir, pero al final del trabajo te das con la sorpresa que eso no es cierto, sino que tienes que cancelar un precio que excede en más del mil por ciento del precio base. ¡Qué picardía! ¡A mí no me vienen con esas! Yo sì que me los mando a volar. ¡Mis zapatos están limpios, no quiero que me los limpien, gracias!... ¡He dicho que no quiero o es que estás sordo!

También marcan tarjeta de asistencia los vendedores de golosinas. Al verlos, me acuerdo de Micky González: Chicles, cigarrillos, caramelos. Me incomoda su presencia porque son cargosos. A veces estas concentrado, de repente ordenando la agenda diariamente o distribuyendo mentalmente el dinero del mes o quizá estás flirteando a la chica que te gusta y ellos aparecen hablándote. Ni los escuchas porque estas abstraído, pero aquí viene lo insoportable… Sientes un jalón en tu polo: maestro tengo chicles, cigarrillos, caramelos. No, gracias. También tengo lentejitas D´onofrio y Sublimes por si aca quiera. He dicho que no. Cómprele un chupete a su enamorada. ¡Ah!, ahora son consejeros de uno, ¿no? ¡Váyanse de aquí antes de que pierda la paciencia!

Son las 5 de la tarde. Valeria está a mi costado. La imagino como mi enamorada, caminando de la mano por las calles, felices de la vida. Es tan linda, femenina, espontánea, tiene carisma para los chibolos y lo más importante es que sabe de música. Con una mujer así para qué más.

Los chiquitos vienen hacia nosotros a pedir que les contemos chistes. A mala hora nos sentamos en una banca de la Plaza de Armas a tomar una cremolada. Antes habíamos estado en un cumpleaños-almuerzo de un niñito de 6 años que vive cerca de aquí. Tuvimos que hacer de todo para divertir a los chibolos. Mi primera experiencia como payaso no había estado mal según el ojo critico de mi jefa. Un poco nervioso no más, para la próxima más paciencia, siempre hay que sonreírles hagan lo que hagan, por que después las madres se pasan la voz que nosotros no les celebramos las malcriadeces a sus enanos. Valeria se había disfrazado de payasa también, y con ella hicimos el show. ¡A ver quien me recita un trabalenguas! Averaveraveraver, no se desesperen que para todos hay premio. ¡A ver quien baila mejor la Gasolina! ¡A ver, quien me canta una canción de Daddy Yankee! Qué tal influencia le damos a nuestros chibolos, ¿no? Hacerlos interpretar canciones que no tienen ni una pizca de valores… temas que incitan a la perversión. ¡A donde se ha visto eso! Pero son disposiciones de nuestra jefa, a cumplirlas se ha dicho… necesito dinero. Total, la educación en nuestro país está por la cola, así que una raya más al tigre qué más da. Las madres también tienen la culpa porque se vuelven locas de emoción cuando sus hijos sacuden las caderas a ritmo del perreo o cuando esfuerzan sus cuerdas bucales en decir ¡Quiere chuculúm, toma toma chupulún! ¡Otra, otra, otra…..! ¿Cómo digo que el mundo está volviéndose loco? Más claro, imposible. ¡A ver, chicos, nuestro Gokú va a romperla la piñata con sus superpoderes, aplausos para él! ¡Hey… hey no se empujen! ¡Uy, que rico caramelito! ¡Ya viene la torta!

Después del cumpleaños, nos provocó tomar una cremolada. ¿Irnos a cambiar por una simple bebida de dos soles? No, definitivamente. Vamos así nomás al Chalán, a ese local frente a la Plaza de Armas, y las pedimos para llevar para evitar que se burlen de nuestros atuendos.

En realidad, si no estuviera en este cuerpo y fuera un transeúnte me estaría burlando de este par de payasos que no soportan su profesión y que encima están tomando cremoladas de mango y tamarindo. Apuesto que nunca habían imaginado a dos payasos refrescándose de esta manera: los imaginas contando chistes, haciendo bromas o hasta inclusive llorando, pero ¿tomando cremoladas? Nunca. Esto es un chiste, pero simplón, tan insulso como la cremolada diet que está probando Valeria. Es un absurdo, ¡qué locura! Quiero irme a mi casa a cambiarme. ¡Ufff… qué calor hace! Soy el payaso ecológico, el primero en su especie. Mi nombre de batalla es “Verdecito” y tengo la función de hacer jugar y reír a los chiquitos como cualquier otro payaso, pero lo innovador es que les enseño a que mantengan limpia su ciudad y cuiden del medio ambiente. Mi disfraz es el de un árbol: en la cabeza llevo ramas y hojas; de los hombros a las rodillas mi cuerpo es un tronco; y, la parte de la raíz, me envuelve de las rodillas para abajo. Los más palomillas de la fiesta me han querido hacer caer aprovechando que mis zapatos arrastran parte del disfraz, tal cual zapatilla desamarrada. Ellos me pisaban las raíces mientras yo corría haciendo el show, pero no consiguieron tumbarme, sólo una tropezadita sutil y nada más. ¡Cómo les nace la maldad a estos churres! Y las mamás, ¡bien, gracias!

Ah, y me olvidaba del toque clásico en mi atuendo: la siempre nariz roja de payaso। Acabo de recordar que la tenía puesta porque casi cae dentro de mi cremolada. ¡No, no te preocupes! ¡No pasó nada, Vale! ¡Qué burlona que eres!, ja, ja –en realidad, ¡que vergüenza!– Ya que es la primera conversación que hemos pasado del “hola, ¿qué tal?” y seguro que va a pensar que estoy nervioso por ella. ¡Vamos, tú no estás nervioso! ¿Y ustedes qué miran?, les digo con la mirada a una pareja de enamorados que se ha sentado en una banca frente a nosotros, parece que nunca hubieran visto la nariz de un payaso rodar por el piso previo dilema de si caer dentro del vaso o no… bueno, yo tampoco he visto ridiculez semejante… ríanse, pero sean disimulados.

Valeria es la “Presita”, porque todo su decorado es de líneas blancas y negras a excepción de la nariz roja. “Presita” maneja un bate que tiene la forma de un choclón de pollo y que sirve para que el cumplimentado rompa la piñata. Esto último es el significado comercial que le damos a los clientes curiosos que preguntan “¿por qué presita?” Pero, todos sabemos que el nombre lo puso la dueña para recordar a su hermana que cumple cadena perpetua por terrorismo en un penal de Lima. ¿Qué masoquista no?

Presita pretende ser un mimo, pero de mimo no tiene nada porque hasta para hacer el show es tímida todavía, aunque me ha dicho que va a aprender las técnicas de ese arte. Y con respecto a la mejora de su desempeño como “Show-woman”, me ha hecho recordar que la experiencia se consigue con la práctica.

El pensamiento es libre porque no tiene barreras; es loco porque te puedes imaginar personas con dos, tres o más cabezas o cumpliendo situaciones irreales. Es traicionero porque puedes estar toda una hora recordando la respuesta de un examen y no la obtienes; es rápido porque en contados segundos puedes pensar en un montón de cosas como me está sucediendo en estos momentos. En realidad, estaba buscando un tema de conversación divertido, dinámico y que no genere respuestas cortas. Qué difícil es encontrarlo cuando quieres impresionar a una chica que te gusta y que tiene el carácter más fuerte que el tuyo. ¿De qué le puedo hablar? ¿De los viejitos que dentro de poco le verán la cara a San Pedro? No, muy triste el tema. ¿De los lustrabotas y de los “chicles, cigarrillos, caramelos”? Menos aún porque vamos a hacer hígado recordando lo insistente que son. Tampoco me conviene hablar de ellos porque con el malestar que nos va a causar ese tema, un piropo mal formulado –que es muy posible de darse teniendo en cuenta que estoy con los muñecos (los nervios)– sería fatal para mis intereses amorosos. De lo que sí le podría hablar es de los “matacojudos”. Estoy seguro que de eso sí se reiría, y también se reiría de verles la cara a esos gringos estúpidos que están por tomarse una foto al costado de uno de esos árboles. Se alocan por lo desconocido.

Uy, me acabé la cremolada, creo que ella también porque escuché el sonido del sorbete que absorbía burbujas. Eso significa que los matacojudos esperarán un momento porque hay que ser caballeros, tengo que botarle el vaso descartable en un tacho de basura.

Permí­teme botar tu vasito, me demoro un par de minutos. Nada más, ja, ja. Mira, sólo un par si no me voy y nunca más conversamos, me dice bromeando. No, de hecho que me tomará unos cuantos segundos, sino que ya me acostumbré a decir un par de minutos, explico y ella se rí­e y me mira coquetamente con esos ojitos café, mientras que parte de su cabello negro azabache se pasea por sus labios. ¡Qué espectáculo! ¡Ya, te espero unos 15 segundos! Ja, ja. Está bien, como la reina ordene.

¿Para qué miré a Vale? No iba ni dos pasos cuando los vasos volaron unos metros adelante y se escuchó un ¡ay! Me resbalé con una maldita cáscara de plátano, seguro que era de plátano manzano porque ni cuenta me di de su existencia। Qué horror, un payaso haciendo payasadas extras. Por ahí­ una buena alma me alcanza unas monedas pensando que era parte de un espectáculo improvisado, pero mi vergüenza se ha disfrazado de descortesía. No quiero sus limosnas, no estoy actuando. ¡Me paro solo, gracias! ¡Auch! que dolor, ¿podré correr para el show de mañana?

Quiero mirar a Valeria porque tengo curiosidad de saber si se está riendo o no, algo me dice que sí­। No puedo verle la cara sonrojada porque tiene el maquillaje blanquinegro, pero sí­ veo que aguanta la respiración para no soltar la carcajada. La miro disimuladamente con cara de no saber que me habí­a pasado, con cara de bobo. Me pongo de pie y recojo los recipientes. “Ya pasó todo”, digo entre mí­. Avanzo de manera rápida, dos tres, cin…co… pa…sos y un jovencito me sale al encuentro: Señor le echo gamuza a sus zapatos y se los limpio, 50 centimitos no más. No, gracias. Señor, una colaboración para irme a casa, lo que sea su voluntad. No tengo. Lo que sea su voluntad, ah señor. Toma y vete que no te quiero ver.

Pero, ¡qué es lo que veo! ¡Qué hermosa gringa! Se parece a Cindy Crawford en su juventud. Es alta, como de mi porte más o menos (1.76 metros), es rosadita: su piel se nota lisita; sus abdominales están trabajados y al descubierto. Y lo más sexy es el piercing de color verde fosforescente que brilla en su ombligo. Me gustarí­a conocerla, salir con ella, que se enamore de mí­ y que me lleve a su paí­s de origen. ¡Yungay!.. Allá­ todos tienen un trabajo bien remunerado, se come bien, el Estado apoya. Después, me casarí­a con ella y dejarí­a el Saldarriaga inscrito en el extranjero. Vivirí­a en una casa de campo, tranquilo, feliz, sin preocupaciones, vendrí­a al Perú cada tres años a visitar a la familia con los bolsillos llenos de dinero y con las manos cargadas de regalos: Para todos hay… yeee… Mis sobrinos me querrán más y me mirarán como el ejemplo a seguir y no como el misio que soy para ellos. ¡Qué rica la gringa, con mi floro bilingüe de Don Juan ya la hubiera conocido! Lo malo es que está abrazando un matacojudo esperando que el fotógrafo ambulante apriete el click, salga el flash y que luego la enyuque con un precio caro por la instantánea, pero qué importa, igual es linda y gringa, se le perdona. ¿Humberto a dónde vas? Parece que te ha hecho mal la caí­da, ja, ja! ¿Qué no has visto el tacho de aquí­ no más?, ja, ja, me reclama Valeria con sonrisa en los labios. La gringa me desconcentró y me pasó el tacho de basura. De nuevo, esas expresiones de Valeria me han puesto medio nervioso, pero esta vez con menos intensidad. Creo que estoy cogiendo confianza con ella. Con todas las chicas puedo ser espontáneo, pero con ella no puedo: estoy tieso como cuando aprendí­a a bailar salsa o merengue. Felizmente que ya va pasando el sí­ntoma, eso significa que voy bien, que voy progresando en mi cometido. Para no quedarme callado -como que tanteo el territorio y de paso evito todo contacto con la timidez- le respondo coquetamente: Es que estaba pensando en ti, una chica linda, desconcentra fácilmente.

Y ahorita con la jugada que haga la dejaré con una sonrisa de complacencia en los labios. Te apuesto que va a pensar: con un chico así­ me gustarí­a salir siempre. Entonces, regreso corriendo y hago como si jugara basket, finjo dar botes en el piso. Los vasos vací­os que he juntado en uno solo hacen las veces de balón y el tacho tiene la función del aro. Hago una jugada de lujo, pasando los vasos por mi entrepierna y luego los paso por mi espalda terminando delante de mí­, justo en posición de tiro. Estoy cerquí­sima al aro, miro a Vale quien me devuelve una sonrisa aprobando lo que voy a realizar. Tiro. Automáticamente alzo los brazos y simulo celebrar como los jugadores de la NBA cuando hacen el punto del triunfo en un partido que está por acabar. ¡Uy! ¿Que pasó? La sonrisa de aprobación se congeló y esa expresión cambió a un meneo de cabeza. Desaprobado. Completa su respuesta haciéndome el sí­mbolo del “perdedor”. ¡Qué horror! Volteo y los vasos yacen en el piso, a punto de chorrear la miseria de lí­quido que queda. Me dejo de payasadas y los recojo; los echo en el tacho, que repleto rechaza mis desechos. De nuevo a recoger y a echar. Lo hago, pero esta vez los hundo bien dentro de la basura asegurándome bien de que no se caigan. ¡Aj, me ensucié la mano con cremolada! Por si fuera poco acabo de darme cuenta que al momento de levantar los brazos para realizar el tiro, el disfraz que me quedaba estrecho se me descosió de la axila. Un arbolito descocido. “Verdecito” pide ayuda. SOS., no quiero hacer el ridí­culo.

La ida fue un desastre, para la vuelta no pretendo hacer algo para impresionarla, lo único que quiero es llegar a la banca y tratar de borrar la imagen de hazmerreí­r que le estoy dando.

Siempre que camino rápido muevo los brazos, tal cual marcha. Esta vez pasa lo mismo, quiero sentarme ya y por eso apuro el paso. De pronto, mi braceo es interrumpido, alguien jala mi mano y me obliga a detenerme. Volteo y un “carasucia” me pide que le compre cigarros. Yo enemigo del tabaco y siendo un payaso ecológico, el primero en su especie, rehúso comprarle el producto. No. Estoy de mal humor, así que no me fastidies. Reacciono y descubro que no me habí­a dejado de agarrar el brazo. “Suéltame”, le grité. Zafé mi derecha con tal fuerza que mi brazo salió como un resorte hacia delante, pero con la mala suerte que en ese momento un chiquito pasaba cerca de mí­ comiendo un chupete. El chupete cayó al suelo y “Ñañañañañaña” comenzó a llorar automáticamente. Al niño lo acompañaba su madre que como una fiera me increpó por ser descuidado y abusivo. ¡Qué te has creí­do para tratar así­ un menor! ¡Manganzonaso, te traigo a mi marido a ver si le pegues! ¡Marica! Señora, no fue mi intención, discúlpeme, le compro un chupetito a su hijo. “Ñañañañañaña”, a la voz de chupetito, el chiquillo fue llorando menos hasta que se calmó. Hey, chicles, ven. Dame un chupete. Discúlpeme y hasta luego señora.

Ya llego. Ahora sí­ no pasa na´a ¡ay! **** (recórcholis, rayos y centellas traducidos a la forma vulgar) Otra cáscara de plátano… solo faltaba esto. ¡Qué cochinos son los que transitan esta plaza! Los odio. En este momento unos curiosos se han amontonado a mi alrededor y aplauden y ríen creyendo que es parte de un espectáculo de payasos que quieren recursearse. Echado con la cabeza hacia arriba, miro a Valeria que en tono sarcástico dice: pasaron los dos minutos. Me has hecho esperar mucho, tú me dijiste aproximadamente 15 segundos, que dos minutos era imposible que demoraras, así­ que no cumpliste tu palabra. Perdiste tu oportunidad Nos vemos en el show. ¡Chau!, que te mejores de tus caí­das y no me acompañes a tomar taxi te vayas a caer de nuevo.

¡Auuu! Eso sí­ que me dolió. Una gran derrota para un Don Juan: Perdiste tu oportunidad. Para otra será… ahorita estoy hecho un payaso. Señores una colaboración para este artista esforzado. ¡Paya, oe!, me dicen en coro la mayorí­a de curiosos. Por ahí­ alguien se apiada, me tira una moneda y se va riendo. Miro y son diez céntimos. Sólo diez céntimos, estiro la mano para tantear el corazón de un verdadero admirador del arte improvisado, pero ya no hay nadie mirándome. Me voy a casa a cambiarme, a borrar esta pesadilla, pesadilla real.

Fuente: MAGENTA