La inflación continúa causando dolores de cabeza en los peruanos, el fantasma de la inflación continúa cobrando poder… logrando establecerse en el país. No es raro observar en los sondeos de opinión –que se hacen en los mercados– que las expectativas de inflación se aproximen al 33% para este año.
Los analistas, manejando las estadísticas desde su escritorio, nos hacen ver que la inflación ha llegado a un punto considerable si se le compara con la de otros países del continente. Con una visión esperanzadora, el gobierno informó, a principios del año, que la inflación fue del 3.9% en el 2007, y aunque rebasó el límite superior (3%) de la meta de inflación fijada por el Banco Central de Reserva (BCR) para el año pasado, trataron de consolarnos justificando que dicho porcentaje inflacionario era el más bajo del continente, lo que es verdad si no se le compara con EEUU (2,5%), Ecuador (3,3%) y México (3,8%).
Por otro lado, la información que se recoge de organismos estatales como el INEI, casi siempre es maquillada por el gobierno de turno, haciendo pensar que esta jugada no es más que un escape para no encarar un urgente plan de estabilización.
El verdadero problema viene cuando, al “desmembrar” la información que el gobierno arroja, nos percatamos que la inflación del 3.9% del año pasado mide únicamente la inflación de Lima-Metropolitana. Y obviamente, al revisar las cifras de los otros 24 departamentos, veremos cómo la cruda realidad salta a la vista, pues la inflación limeña fue la más baja de las principales ciudades. Incluso hay cuatro urbes que sobrepasan el 8% anual y la gran mayoría se encuentra entre el 5% y el 7%.
El rubro más delicado de la canasta de los consumidores, como el de Alimentos y bebidas dentro del hogar, aumentó en 8,9% a nivel nacional, destacando entre su componentes pan y cereales (19,9%), grasas y aceites comestibles (15,6%), frutas (13,6%), así como leche, quesos y huevos (13,3%). No cabe duda que una parte importante de tales aumentos es atribuible a la inflación importada (que se aceleró de 0,3% en 2006 a 10,5% en 2007), lo que explica gran parte de los exagerados incrementos de los precios de los insumos, tanto los de los combustibles (petróleo), como los de aquellos necesarios para producir alimentos (trigo, maíz, aceite de soya, leche en polvo).
La inflación no es un fenómeno nuevo ni en la región, ni en el país, ni mucho menos en nuestras vidas; pero, a diferencia de otros episodios muy conocidos del pasado, gran parte de los gobiernos latinoamericanos cuentan ahora con una buena disciplina fiscal y altos ingresos tributarios. Entonces, ¿de dónde viene esta vez la inflación?
La inflación puede acarrear serios problemas para nuestro país. En los países en que se ha perdido la disciplina monetaria, la fiesta inflacionaria puede dar rienda suelta a sus más intencionados elementos de shocks externos y ciclos económicos, produciendo un fácil descarriamiento de la economía, en especial una vez que el alza en los precios es incorporada en las expectativas de la gente.
El gobierno debe comprender que el libre comercio significa mucho más que sólo exportaciones. Los consumidores también se benefician de las importaciones. Y aún todavía más importante, las autoridades deberían acordarse de las lecciones que aprendieron del mal manejo monetario en el pasado no tan distante.
Los analistas, manejando las estadísticas desde su escritorio, nos hacen ver que la inflación ha llegado a un punto considerable si se le compara con la de otros países del continente. Con una visión esperanzadora, el gobierno informó, a principios del año, que la inflación fue del 3.9% en el 2007, y aunque rebasó el límite superior (3%) de la meta de inflación fijada por el Banco Central de Reserva (BCR) para el año pasado, trataron de consolarnos justificando que dicho porcentaje inflacionario era el más bajo del continente, lo que es verdad si no se le compara con EEUU (2,5%), Ecuador (3,3%) y México (3,8%).
Por otro lado, la información que se recoge de organismos estatales como el INEI, casi siempre es maquillada por el gobierno de turno, haciendo pensar que esta jugada no es más que un escape para no encarar un urgente plan de estabilización.
El verdadero problema viene cuando, al “desmembrar” la información que el gobierno arroja, nos percatamos que la inflación del 3.9% del año pasado mide únicamente la inflación de Lima-Metropolitana. Y obviamente, al revisar las cifras de los otros 24 departamentos, veremos cómo la cruda realidad salta a la vista, pues la inflación limeña fue la más baja de las principales ciudades. Incluso hay cuatro urbes que sobrepasan el 8% anual y la gran mayoría se encuentra entre el 5% y el 7%.
El rubro más delicado de la canasta de los consumidores, como el de Alimentos y bebidas dentro del hogar, aumentó en 8,9% a nivel nacional, destacando entre su componentes pan y cereales (19,9%), grasas y aceites comestibles (15,6%), frutas (13,6%), así como leche, quesos y huevos (13,3%). No cabe duda que una parte importante de tales aumentos es atribuible a la inflación importada (que se aceleró de 0,3% en 2006 a 10,5% en 2007), lo que explica gran parte de los exagerados incrementos de los precios de los insumos, tanto los de los combustibles (petróleo), como los de aquellos necesarios para producir alimentos (trigo, maíz, aceite de soya, leche en polvo).
La inflación no es un fenómeno nuevo ni en la región, ni en el país, ni mucho menos en nuestras vidas; pero, a diferencia de otros episodios muy conocidos del pasado, gran parte de los gobiernos latinoamericanos cuentan ahora con una buena disciplina fiscal y altos ingresos tributarios. Entonces, ¿de dónde viene esta vez la inflación?
La inflación puede acarrear serios problemas para nuestro país. En los países en que se ha perdido la disciplina monetaria, la fiesta inflacionaria puede dar rienda suelta a sus más intencionados elementos de shocks externos y ciclos económicos, produciendo un fácil descarriamiento de la economía, en especial una vez que el alza en los precios es incorporada en las expectativas de la gente.
El gobierno debe comprender que el libre comercio significa mucho más que sólo exportaciones. Los consumidores también se benefician de las importaciones. Y aún todavía más importante, las autoridades deberían acordarse de las lecciones que aprendieron del mal manejo monetario en el pasado no tan distante.